Podemos definir la democracia participativa como el modelo político que facilita a los ciudadanos su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas. Dicho sistema se manifiesta usualmente por medio de referendos por los que los representantes consultan a la ciudadanía, o por medio de iniciativas de consulta que los ciudadanos presentan a los representantes. Esto permite claramente una mayor participación si se compara con la democracia representativa, sistema mayoritario que se basa en el voto a determinados partidos políticos que ejercen su actividad con la legitimidad y la capacidad de acción que han donado los ciudadanos mediante el citado voto.
Se habla últimamente de crisis de las democracias representativas en base a la escasa participación en el proceso de selección de la representatividad política. Esta escasa participación puede atribuirse, o bien a una actitud totalmente pasiva respecto a la política y a todo lo que a ella concierne, o bien a la disconformidad de los ciudadanos con el sistema político establecido, que manifestarían su insatisfacción mediante la no participación en el citado proceso. Pero cuando analizamos las vías de solución a la crisis de la democracia representativa, y entre ellas, una posible apertura a la democracia participativa, el análisis de la abstención se vuelve especialmente importante.
El principal problema de la abstención es que sus causas son difíciles de determinar. Aunque es evidente que muchos de los ciudadanos sienten que el sistema político actual no ampara ni representa de manera correcta sus intereses individuales, no se puede determinar en qué medida estos ciudadanos aumentarían su participación si se pusieran a su alcance los medios de intervención directa que proponen los partidarios del establecimiento de la democracia participativa. Simplemente porque se desconoce si lo que promueve la abstención son los factores extrapolíticos, por ejemplo, fisiológicos, psicológicos, o sociales (hacía calor excesivo; hubo epidemia; o bien había un importante partido de fútbol o buen tiempo, y entonces la mayoría del cuerpo electoral prefirió asistir al estadio, mirar las telepantallas, o ir a la playa), o porque dan su confianza al resto de los ciudadanos, sobre los que, explícitamente, delegan una mayor responsabilidad en el proceso de elección. A menor escala, cuando la comunidad de vecinos se reúne en junta para decidir asuntos que conciernen a todo el vecindario, es evidente que muchos de ellos no asisten. Pero estos delegan su confianza a la capacidad de decisión de los asistentes, quedando, por tanto, relegados a la imposibilidad de reclamar o manifestar quejas ante las consecuencias de las decisiones tomadas.
Tampoco puede determinarse si la abstención funciona aquí como una manifestación de la inconformidad con el sistema de elección impuesto, por lo que puede deducirse que los que optan por la abstención como forma de reivindicación no están llevando a cabo correctamente su propósito. A modo de ejemplo podemos recordar lo que sucedió con el referéndum por la aprobación del Estatuto de Catalunya en 2006, en el que el voto negativo quedaba totalmente indefinido al no poderse determinar si provenía de los electores que consideraban escasas las competencias que se atorgaban, o los que, por el contrario, las consideraban totalmente excesivas.
Se habla últimamente de crisis de las democracias representativas en base a la escasa participación en el proceso de selección de la representatividad política. Esta escasa participación puede atribuirse, o bien a una actitud totalmente pasiva respecto a la política y a todo lo que a ella concierne, o bien a la disconformidad de los ciudadanos con el sistema político establecido, que manifestarían su insatisfacción mediante la no participación en el citado proceso. Pero cuando analizamos las vías de solución a la crisis de la democracia representativa, y entre ellas, una posible apertura a la democracia participativa, el análisis de la abstención se vuelve especialmente importante.
El principal problema de la abstención es que sus causas son difíciles de determinar. Aunque es evidente que muchos de los ciudadanos sienten que el sistema político actual no ampara ni representa de manera correcta sus intereses individuales, no se puede determinar en qué medida estos ciudadanos aumentarían su participación si se pusieran a su alcance los medios de intervención directa que proponen los partidarios del establecimiento de la democracia participativa. Simplemente porque se desconoce si lo que promueve la abstención son los factores extrapolíticos, por ejemplo, fisiológicos, psicológicos, o sociales (hacía calor excesivo; hubo epidemia; o bien había un importante partido de fútbol o buen tiempo, y entonces la mayoría del cuerpo electoral prefirió asistir al estadio, mirar las telepantallas, o ir a la playa), o porque dan su confianza al resto de los ciudadanos, sobre los que, explícitamente, delegan una mayor responsabilidad en el proceso de elección. A menor escala, cuando la comunidad de vecinos se reúne en junta para decidir asuntos que conciernen a todo el vecindario, es evidente que muchos de ellos no asisten. Pero estos delegan su confianza a la capacidad de decisión de los asistentes, quedando, por tanto, relegados a la imposibilidad de reclamar o manifestar quejas ante las consecuencias de las decisiones tomadas.
Tampoco puede determinarse si la abstención funciona aquí como una manifestación de la inconformidad con el sistema de elección impuesto, por lo que puede deducirse que los que optan por la abstención como forma de reivindicación no están llevando a cabo correctamente su propósito. A modo de ejemplo podemos recordar lo que sucedió con el referéndum por la aprobación del Estatuto de Catalunya en 2006, en el que el voto negativo quedaba totalmente indefinido al no poderse determinar si provenía de los electores que consideraban escasas las competencias que se atorgaban, o los que, por el contrario, las consideraban totalmente excesivas.
Pese a que es difícil determinar en qué medida variaría la intervención ciudadana si se instaurara un sistema democrático participativo, es paradójico que en un contexto en el que la mayoría de los procesos comunicativos se llevan a cabo en los entornos red -que permiten la comunicación bidireccional y la interacción directa- los ciudadanos no exploten aún de manera significativa estos mecanismos como forma de intervención política. Esto es, todos los ciudadanos participan hoy en día en los flujos informativos, creando sus propias redes sociales, creando medios informativos propios y contribuyendo así, a una nueva forma de construcción social. Pero no participan activamente en la toma de decisiones políticas que les afectan directamente.
Por otra parte, el problema básico del concepto de democracia participativa es la disyuntiva de cómo reconciliarlo con el gobierno de la mayoría. Las iniciativas de democracia participativa no deben orientarse a organizar una utópica democracia directa sino a promover al grado más alto y amplio posible la participación en un bien articulado entorno institucional. Las soluciones de cada grupo humano sobre el mecanismo que permita canalizar las iniciativas populares deberían ser tan diversas como los intereses y la idiosincrasia de cada uno de los integrantes. Pero, ¿sería más democrática una sociedad en la que se manifestaran múltiples y diversas tendencias y en la que, por tanto, no podría hablarse de existencia de consenso? ¿De qué manera se canalizarían las propuestas individuales en la supuesta instauración del sistema democrático participativo? Al final, la toma de decisiones debería recaer de nuevo en la autoridad de los entes políticos superiores.
La democracia participativa debería ofrecer entonces un sistema de entramado perfecto, un puzzle en el que encontraríamos la construcción de las piezas a nivel local, en las juntas de las comunidades de vecinos, los barrios o el espacio microsocial que cada uno construyera para la intervención política efectiva. La tarea de los dirigentes de masas consistiría entonces en poner en orden las piezas, en pintarlas, decorarlas, pero nunca incidir en sus bases constructivas.






